martes, 25 de octubre de 2011

Ver, oír, amar.

Salir de estos lugares. Obligarme a no pensar. Formar parte de otras atmósferas. Observar bosques. El mar. Mirar a la gente amándose o algo parecido, o ver la nada con naturalidad en sus rostros y ahogar el flujo de las ruinas de mi conciencia, hoy llena de panoramas y de un futuro impostor. Dejar de darle un pretexto como este a los malestares y tener mi propio infinito allí donde reside esta nada y la neutralidad, donde no existe hastío que no se halle bajo el aplastante rito de contemplar la naturaleza o en el de amar locamente una mujer. En fin, odiar eternamente estos inmundos barrotes de hierro y estas malolientes máscaras, las imposturas de las que todo el tiempo nos convencen de que nos hacen continuar.