lunes, 23 de febrero de 2015

Leo y todo mi alrededor me punza en la cabeza. Las palabras habladas, el lenguaje de oficina, el ruido de los papeles, las hojas que vomita una máquina. El escaso sol que engullen tantos tubos fluorescente.
Las líneas tarde o temprano se desmoronan. El libro se convierte en una tonelada y se me cae de las manos. El entrecejo se me dilata y tomo la apariencia de quien detesta a todo el mundo (y pronto me siento culpable).

Sufro. Deliro.
Escucho mi propia voz, metálica, afilada, que sesea cerca de mí amenazante.
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