Pero me agrada pensar en el evento que marca el día, acaso el único que responde a todos los sentidos, y que siempre termino recordando como si lo acabara de soñar. Como es cotidiano, todo lo que pueda describir y adorar en ello está irremediablemente sujeto a la brutalidad del escándalo y el embellecimiento. Creo que otorgando brillo se contrarresta la opacidad, que siempre intenta empañar el cuadro de la memoria. Pero es tal su arbitrio, tal la fuerza del contraste, que la danza en torno a la figura somete a juicio la naturalidad de esta belleza.
Por de pronto, en esta danza, me veo deseando que todo gesto, incluso lanzado al vacío, esté dedicado a todo lo que he aprendido en esta vida. Hacer de una sonrisa una pregunta, o hacer de sus ojos perfectos, y de sus labios, la energía y alimento de los sentidos, acaba siendo el recordatorio incómodo de que, pese al tedio del día y todo lo que acaece, estoy bellamente atado a su imagen, a seguir amándola por deducciones, como si en ello nos permitiéramos la esencia.
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