lunes, 3 de diciembre de 2012


Siento al verbo dispuesto ahora como en formalidades, y el amor no debía ser un pliegue de sensaciones dispuestas con esa formalidad. Este concepto del amor (y qué raro es repetir esa palabra, que mejor se organiza en los sueños que fuera de su contexto) hoy está dispuesto en mi mente como una alineación astrológica repentina, cuando lo común es que todos sus átomos estuvieran a la deriva en ese vacío sin lógica, como el rumbo que toma todo astro tras un choque cósmico.
Siento, y este sentir ahora es continuidad, que sacrifica las bondades del azar en las tareas de la vida interna, evitando el devaneo y el atavismo del humano: sólo me doblo en una parte de mi mismo sin grandes posibilidades de recoger los fragmentos de su imagen y su belleza en todo lo que era ese universo desesperado.

Yo amo como quien ama y se siente atraído por una cortina de fuego emergiendo entre las nubes, y toda convención distinta será un intento por negarlo en tanto universal y primordial.

Ya no existen en mí las formalidades propias del amor cotidiano ni sus convencionalismos verbales, amar es una simple palabra que se desmorona a partir del instante en que he de ponerla ante los ojos del mundo, y, nuevamente, todo esto lo he pensado tras verte en mi sueño sólo con el rabillo del ojo.

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