jueves, 9 de agosto de 2012

I.

"Recuerdo, de buenas a primeras, haber entrado a una casa decorada solamente con individualidades de cada uno. No existía esa distinción que hace un hogar en "común" (me niego a decir "normal"), en el que todas las cosas y personalidades se funden bajo el mismo techo, quién sabe si por afecto, complicidad, o al menos, cierta tolerancia. Los adornos imagino que cumplían con una funcionalidad de acuerdo a una ruta cotidiana, de fingida afectividad: si había una mesa de escritorio con un teléfono, entonces centímetros arriba o al lado estaba la foto de algún familiar que se extraña o se saluda en navidad, cuando cumple años, o bien, sencillamente, a quien se tiene la esperanza de saludar en un momento que con toda seguridad no llegará jamás. Se suele, al interior del ambiente familiar, alterar la realidad, dejarla al arbitrio "organizado" de sus gratificaciones y entregarla a un estado de vida de sociedad reducida. Sin embargo, su apariencia respondía a una -curiosa, por cierto- disposición de elementos que llevan a pensar en nada más que una proyección psicológica de sus estados. Fotografías en blanco y negro en algunas paredes; reproducciones innecesarias e inacabadas de algún recuerdo que requería de alguna consistencia artística forzosa para ser valorado. Libros y revistas que se arrinconaban en algún lugar, como evadiendo el espacio del otro o como el de alguien que se había enamorado de su espacio. Lugares y rincones fisurados o corroídos por el moho. Nada coincidía con el ambiente familiar. Nada, ninguna personalidad se invadía. Parecía una bodega de recuerdos sin abasto. Parecía la guarida de un grupo de neuróticos y narcisistas..."



No hay comentarios:

Publicar un comentario