domingo, 11 de noviembre de 2012

Controlar a esa edad todo tipo de fuerzas no tiene ninguna relación con tener menos o más educación. Ni mucho menos tendrá que ver con la esencia de lo que se imparta, sea de una fuente directamente religiosa, laica o etcétera. Todo tiene un extraño punto de partida hacia todos lados cuando se tienen 15 años; las energías que chocan contra uno, no importando de dónde ni cuando ni de qué se trate, forman un cúmulo concéntrico de otras energías que con un poco de suerte se disparan en una sola dirección. Creo que ya se entiende que en este asunto no se está hablando de meras energías físicas; hablo por sobre todo de energías que se canalizan por vías completamente distintas, y que tienen más relación con lo que pudiera nacer del error, con su consecuente efecto bola de nieve, antes que de algo sistematizado y planificado. Y sí, puede ser: a esta edad se improvisa. Puede que debamos admitirlo porque, dejarlo tal como está, aunque cueste asumirlo tan simple como se puede ver, no cambiará en un ápice el estado de las cosas. En esas circunstancias de la vida siempre todo acto es, sencilla y lamentablemente, precedido por un "demasiado tarde". 

He llegado a pensar que mucho de lo que ocurre se hace en algo así como en un estado de narcosis no superada que luego, ya adultos, ansiáramos rescatar.


Es probable que no se entienda ni una línea y letra de lo que estoy hablando. Podría contar la historia y listo. Ir al grano. Rellenar con algunos detalles floridos por aquí y por allá. Adornar con más sentido y sentimentalismos una historia que, en efecto, podría no tener ningún impacto -como se podría pensar- en ningún cuerpo que sostenga la hoja. Pero sería mucho más intrascendente que no contara ni justificara todo lo que hice y pude hacer con ella desde el primer día que la conocí. Juro, por todo lo que dependo en este mundo, que es mejor así, y que abandonar esta tarea no tendría ningún sentido si no la llenara con todo lo que de aburrido, complicado, complejo (¡pero importante!) pudiera tener. Es cierto que todo lo que contaré comienza desde que nos encontramos (aunque en realidad chocamos) en la entrada del centro Balmaceda, y termina en el momento en que, después de conversar por horas sentados en una plaza cuyo nombre ya no recuerdo, cerramos la jornada con una larga despedida. Es cierto, todo termina físicamente ahí, pero se pondría más aburrido de lo normal persistir en que eso tiene importancia. Tampoco es una historia de un único sentido, si cabe añadir. 

Algo como eso puede no ser tan vacío. Nada carece de su fundamento. Cuando algo no tiene sentido, queda entonces asumir que este tiene múltiples. Supongo.

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