martes, 13 de noviembre de 2012




La felicidad, hoy entendida, no es sino la monotonía de la vida. Es en ese lugar estructurado donde la vida adquiere un sentido tranquilizador, de continuidad, de orden. Es equiparable a una función como la del trabajo, donde debe concretarse como una labor parecida a una meta con un plazo fatal, como un pasatiempo sólo arrastrado por la fuerza del viento.
    Es por eso que cuando por filosofía de vida alguien se arroga el derecho de aferrarse a lo SIMPLE pierde la batalla de antemano, trasponiéndose y convirtiéndose en OTRO. Dejando de ser entregándose a la trivialidad de un mecanismo técnico de lo real.

La felicidad no es simple, en tanto el Hombre tampoco lo es. Es construida por el pensamiento y es atemporal. No tolera el sinsentido. No es impensada. Es desafiante en argumentos, y no desafiar esa realidad constituiría poner en duda su propia dignidad y espíritu.

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